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En otra vida, tal vez

Hace años, yo tuve un “cable pelao” con un compañero de oficina que era súper de pinga, un carajo sumamente inteligente, pero con un estilo de vida que poco o nada tenía que ver con el mío. 

Coincidíamos en el plano laboral/intelectual, incluso hicimos un par de buenos trabajos juntos, pero luego yo era “divertida” hasta que me volvía “aburrida”.

Es decir, cargaba mi jodedera de siempre, la cual no es conducente a caerse a birras como si el mundo se fuese a acabar, ni concibe salir a medianoche de casa a menos que haya una emergencia médica. 

De hecho, a esas alturas de mi vida ya me resultaban fastidiosos esos perfiles de tipos que esperan los viernes para volverse nada hasta el lunes. 

Aún así, en lo poco o mucho que coincidíamos, la pasábamos bien.

Hubo algo de pasión, de risas, de fútbol, un carro destartalado, una presentación familiar muy fugaz, algunos minutos de una película que no recuerdo, pero también esa sensación interna, inexplicable pero constante, de “detente, no avances más” 

Un fin de semana, nuestra conversación, que generalmente iba del periodismo a la historia y de la historia a la política, cayó en temas personales.

Él me contó lo mucho que le dolió la muerte de su padre y como aún lo extrañaba. De hecho, me presentó una canción que yo jamás había oído: ‘Papá cuéntame otra vez’ del español Ismael Serrano. 

No recuerdo que pensé ni qué dije. De hecho, tengo más noción de lo que pensé y callé. Pero supongo que traspasamos alguna coraza.

A la noche siguiente, tras una invitación a vernos, comer pizza o algo similar, llegó un mensaje tan “fuera de lugar” que me fue imposible obviarlo: 

“Jessica, quiero aclararte, para evitar confusiones o que terminemos mal, que yo no quiero nada serio contigo”

Al escribir en esta columna, mi mente/cuerpo ya no siente ni piensa lo mismo, pero aún puedo recordar con exactitud cuánto me molestó leer eso. 

Su miedo al compromiso había herido a mi miedo al rechazo. 

Entonces, hice lo que mejor sabía hacer: fingir que no me importaba nada y mandar todo al demonio. Responder mal, no responder, perderme, finalizar la historia. 

De hecho, días después, alguien me contó lo mucho que él sufrió cuando su expareja se fue del país, pero también la forma en que se negó a irse con ella.

Entonces, vi las fotos de ambos, y me torturé un poco pensando en lo increíblemente linda que era ella y en cómo seguramente él aún no había podido olvidarla.

Aunque, en realidad, con ella había pasado lo mismo: la dejó ir.

Con el paso de los años, he visto como las deja ir a todas… por más que ellas intenten quedarse o llevárselo, por más que él las ame.

Con el tiempo, también noté lo mal que reaccionaba ante cualquier tipo de rechazo.

En mi mente insegura, herida, era imposible que alguien me amase, pero también era inaudito que alguien, después de tener mi amor, me rechazase, por contradictorio que esto suene.

Hoy pienso que pude haber reaccionado distinto.

Tal vez agradecer su sinceridad, hurgar si realmente yo quería algo serio o solo fue una reacción de mi ego herido, seguir hasta ver dónde desemboca el río, porque a veces “lo serio” llega solo. 

También me pregunto si… ¿Será que a algunas uniones/parejas habrían resultado de haber coincidido en otro momento de sus vidas? ¿Les ha pasado? 

Por: Jessica Dos Santos

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