Hace unos días se cumplió otro aniversario de la partida física de Alfredo Sánchez Luna, más conocido por su nombre artístico Alfredo Sadel, cuando falleció acudí a su velatorio en la funeraria de Elías Valles, allí en medio de la mucha gente de todos los estratos sociales que se reunieron para despedir al tenor favorito de Venezuela, pude constatar con lágrimas y canciones el cariño, la admiración y el respeto que los venezolanos le al más importante cantante venezolano del siglo XX.
En medio de esa manifestación póstuma de afecto a Alfredo se me acercó una mujer madura con un pequeño maletín que me preguntó si allí estaban velando a Alfredo Sadel, le respondí afirmativamente y entró para salir al rato con cara de haber cumplido, nuevamente me preguntó si cerca pasaba algún transporte que la acercara al terminal de autobuses del Nuevo Circo, con prudencia y un orgullo enorme me contó que era de Cumaná y había salido en la mañana para Caracas para despedir a Sadel que era su ídolo y esa misma noche se regresaba, me impactó con su historia y el significado de la palabra ídolo quedó en mi mente más clara que nunca, Alfredo Sadel para mi y muchos de mi generación fue y sigue siendo el artista que nos une con su voz y sus canciones, detuve un taxi le pague el traslado hasta la terminal, la señora agradeció y me bendijo con la fuerza de todas las madres de Venezuela, se perdió en la noche caraqueña pero lo que aprendí de ella no se borra con el tiempo, cada vez que escucho a Sadel o una de sus canciones interpretadas por otros, recuerdo a la maestra de la vida que me enseñó el verdadero significado de lo que es un ídolo de verdad.
Este recuerdo personal no es tan personal, pues los venezolanos nos hemos enfrentado en las dos últimas décadas a un proceso político que ha tratado de vendernos a su fallecido líder como un mito y en la medida que transcurre el tiempo se revela que Chávez no solo no es un mito sino que tampoco es un ídolo, o en todo caso lo que llegó a ser fue un ídolo con pies de barro que la lluvia de la historia disolvió para cumplir con el “tierra eres y en tierra te convertirás”, que nos advierte de nuestra precariedad vital.
A diferencia de los ídolos deportivos, artísticos y científicos, los políticos contemporáneos que aspiran ese podio en la memoria de los venezolanos no emocionan y si lo hacen terminan decepcionando a los que convencieron. En política lo que hay son lideres que se juzgan por sus acciones, por la constancia y por el cumplimiento de lo ofrecido, en la antigua Roma el pueblo que acudía al Coliseo hacía de sus gladiadores ídolos populares, los emperadores eran temidos o aclamados pero nunca alcanzaban el nivel de empatía popular que generaban los hombres que entregaban sus vidas en la arena.
La oposición venezolana está enfrascada en la búsqueda de un ídolo cuando lo que se requiere es de un líder con la inteligencia y la astucia necesaria para unificar el descontento, por ello ninguno calza para el cargo y nos devoramos en la arena mientras Maduro desde su palco sonríe y se frota las manos, no aspira a ser un ídolo, lo que quiere es que le teman como a los antiguos gobernantes de Roma.
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