Ayacucho (II)

La campaña y el triunfo gloriosos de Ayacucho difieren de lo ocurrido décadas antes con la temprana creación de diversas y locales Juntas Criollas. Estas, creadas a partir de 1809, fueron obra de las clases criollas semi-dominantes de varios de los países que entonces eran colonias sudamericanas de España. Los criollos crearon esas Juntas porque por su intermedio buscaban alcanzar el control pleno de sus territorios que en lo político y militar tenían los amos españoles, o lograr al menos que ese poder estuviese mejor compartido entre ambos. Esos prematuros planes y Juntas fracasaron todos, pero encendieron un fuego libertario que ya no se apagó.  Y salvo excepción, los países que las crearon son los mismos que hoy las recuerdan o celebran. Ayacucho en cambio difiere de todo ello no solo porque fue la culminación colectiva, heroica y victoriosa de esa larga lucha por la Independencia; Independencia que paradójicamente se gana combatiendo heroicamente en el nada confiable Perú en 1824. Y así se gana Ayacucho, magistral y heroica batalla que una vez ganada por el ejército patriota dirigido por Sucre y de inmediato cerrada con la honrosa, generosa e inmediata rendición española otorgada por él a los vencidos españoles, se hace también de inmediato extensible declaración de plena libertad a toda nuestra Sudamérica. Ayacucho es así el triunfo más grande e importante que en nuestra ya larga y accidentada historia hayamos obtenido luchando como libre Patria Grande.

Valiosas en su momento y por su contexto, las Juntas Criollas de nuestros países fueron sólo tempranos organismos patrióticos locales que pudieron o no perderse. Pero, salvo excepción, los creadores de ellas son hoy los mismos países de entonces. La magistral victoria de Ayacucho fue en cambio una gran obra colectiva que reunió como temprano y prometedor esbozo de Patria Grande a la mayor parte de los países nuestros que seguían luchando en 1824 por su Independencia definitiva de España. Y se la logra con heroicidad y enorme esfuerzo en nombre de esa Patria Grande que han definido y lideran Bolívar y Sucre, debiendo obtenérsela luchando y venciendo en el más que conflictivo Perú, porque la difícil liberación de este era a la vez condición previa y sustento necesario suyo, ya que tanto Bolívar como Sucre habían entendido después del fracaso de San Martín en el Perú, que  esta última colonia, manejada por una clase dominante criolla servil a España y usual traidora a sus recientes e hipócritas promesas de patriotismo, era para ese entonces centro del poder militar y político español. De modo que, sin liberar antes al Perú ninguna independencia de otro hermano país sudamericano ería capaz de sostenerse por sí misma.

Ocurre además que, como dije, Ayacucho difiere de las otras batallas de la Independencia; y, además, que su celebración misma como victoria es algo difícil y problemático. De sus diferencias con previas campañas y batallas de nuestra lucha independentista, tres son indispensables para revivir su especificidad y alcance histórico y sobre todo cuál sería hoy, en este confuso y conflictivo mundo actual, lo que creo es la única forma válida de valorarla en todo lo que vale, y además, de mantenerla viva, porque, como símbolo de todas las batallas de esa heroica pero pronto fracasada Independencia, es la que sigue viva, porque habiendo sido al mismo tiempo la última batalla de la Independencia y la primera de la Patria Grande, sería también la única apta para servir de punto de partida, al menos simbólico, a la lucha actual y moderna de nuestra América Latina por esa unión, independencia y soberanía por las que tanto hemos luchado en vano y que hoy se nos enredan y alejan cuando justamente las necesitamos más que nunca.

Lo que aquí habría que celebrar es que, después de sufrir otros dos siglos y más de sujeción neocolonial, primero a Inglaterra y luego a Estados Unidos, la cual aún perdura y tiene creciente fuerza, hay Estados y pueblos nuestros que quieren seguir luchando contra ese neo colonialismo, que ahora es yankee y nos sigue explotando, saqueando y humillando. Es esa la batalla que tenemos por delante y no otra. Y es por ahora batalla difícil, política, no militar, pero batalla que sigue y que no debe cesar hasta lograr la victoria, tal como se hizo en Ayacucho. Pero esto no es nada fácil. Esta América y sobre todo esta Sudamérica nuestra, la de Ayacucho, salvo excepciones, está hoy más fragmentada, corrompida y colonizada que nunca. Démosle una rápida y parcial mirada de norte a sur a ese poco estimulante cuadro.

Venezuela tiene un gobierno patriótico con apoyo popular, que defiende sus derechos y sus intereses territoriales y petroleros, y que ha derrotado golpes de estado yankees e intentos de magnicidio y de invasión. Es uno de los pocos países confiables, y tanto su firme amistad con China como el creciente apoyo estratégico de Rusia harán pensar al decadente Imperio norteamericano antes de intentar otra invasión.

Colombia es un país que luego de muchas décadas de gobiernos de extrema derecha tiene ahora un gobierno decente. Pero este, temeroso de un golpe de estado reaccionario, es inseguro, lo que lo lleva a buscar la paz con el enemigo yankee a cualquier precio y a presionar en vano a Venezuela a ceder en sus derechos, como en el caso del Esequibo. No hay que olvidar además que también desde hace años, Colombia es miembro honorario de la OTAN, que Estados Unidos tiene ocho bases militares activas en su territorio, y que Uribe está pidiendo un borrón y cuenta nueva que le permita volver al poder.

Ecuador se ha venido abajo como país, víctima de la corrupción, la violencia, los asesinatos, la droga y el entreguismo a Estados Unidos. Este controla el país. Y sus tropas, autorizadas por el gobierno ecuatoriano, hacen lo que quieren y circulan libremente por el territorio ecuatoriano convertido en servil dependencia suya.

PERÚ es un caso notable de servil entrega al amo yankee. Una vez derrocado el pobre Pedro Castillo, al que las derechas entreguistas peruanas no dejaron gobernar y que ni siquiera supo renunciar buscando apoyo, pues renunció primero y solo llamó luego a las masas para irse a una embajada, de modo que en el camino lo apresaron, el poder fue asaltado por la actual presidenta, que no lo cede y aunque responsable de muchas muertes, decidió conservar la presidencia hasta 2026. También decidió convertir al Perú en una colonia de Estados Unidos llamando tropas estadounidenses a ocupar el territorio peruano y a permanecer en él a fin de controlar y gobernar el país. Ese es el Perú que tenemos hoy, el que Ecuador está tratando de imitar. ¿Podemos imaginar qué y cómo sería una celebración en ese Perú colonia de los dos siglos de Ayacucho?

Bolivia, aunque y no es la de hace unos años, sigue siendo un país libre, comprometido con su futuro y orgulloso defensor de sus riquezas. Es otro país digno y confiable.

Chile es hoy gobernado por un derechista todavía joven que se infiltró en la lucha estudiantil de los pingüinos por sus derechos y que luego consiguió ser candidato presidencial contra un rival de programa y de nombre nazis, lo que lo hizo pasar a él por progresista y poder ganar así la elección. Su gobierno, centrista e hipócrita, se dedica a continuar la indigna política de la Bachelet contra los mapuches; a honrar al genocida pinochetista de Piñera, muerto hace poco; a creerse vigilante autorizado de nuestras democracias; y a criticar sin descanso ni razón al gobierno venezolano.   

Paraguay nunca se recuperó de la criminal Guerra de la Triple Alianza, y es hoy, y desde hace ya tiempo, un país pobre que pasa de dictadura en dictadura o gobierno equivalente. Tiene una vieja deuda con Venezuela que no quiere pagar y lleva años Buscando pretextos para no pagarla.

Uruguay, país de vieja tradición progresista (pero no en la Triple Alianza), se encuentra hundido en una reiterada combinación de malos climas con malos gobiernos. Los climas no mejoran, y los gobiernos empeoran y se hacen cada vez más derechistas y reaccionarios. No hay hasta ahora forma de reconocerlo.

Argentina, hoy en manos de un tal Milei, llamado el Loco de la Motosierra, es la propia joya de la corona. El fracaso del mediocre gobierno de los Fernández le permitió arrasar con su programa ultra liberal en la reciente elección presidencial hace apenas tres meses y dedicarse desde entonces no solo a arruinar al país para entregarlo atado de pies y manos al más brutal capitalismo sino también a entregarle las Malvinas a Gran Bretaña y a regalarle a Estados Unidos una base militar recién construida en Ushuaia, en el estratégico sur del país, para que su amo imperial se apropie así de ese valioso territorio que ha sido hasta ahora orgulloso tesoro de la Antártida argentina.

En fin, ¿cómo queda entonces la celebración de los doscientos años de la gloriosa batalla de Ayacucho? ¿No sería Venezuela el país más llamado a organizar y llevar a cabo esa celebración? A fin de cuentas, Ayacucho fue una batalla venezolana, pues la idea de la Patria Grande era de Bolívar y el vencedor de Ayacucho fue Sucre. Y Venezuela tiene el mérito, la dignidad y la fuerza moral y física para asumir esa gloriosa tarea. Pero es una complicada decisión que solo el gobierno venezolano puede tomar. De no ser eso posible, quizás haya que esperar otro siglo a ver si en 2124 todavía existimos como planeta y como civilización y si todavía se recuerdan y se celebran batallas tan viejas y tan elementales como esas.

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