Innovar es otra cosa

La innovación, llamada por algunos como “el santo grial del progreso”, suele tener un aura mística, envuelta en la idea errónea de que es el resultado inmediato del éxito de los esfuerzos de investigación y desarrollo (I+D). Sin embargo, el camino que lleva una idea novedosa a una innovación transformadora es mucho más intrincado y lleno de matices de lo que sugiere esta creencia simplificada.

Contrariamente a la convicción popular, la innovación no es una epifanía repentina o un momento ¡eureka! Es un proceso gradual e iterativo que implica experimentación, perfeccionamiento y adaptación continuos. Tomemos como ejemplo la historia del humilde lápiz, narrada con elocuencia en “Yo, lápiz” por Leonard Read, que ilustra la complejidad de innovaciones aparentemente sencillas, haciendo hincapié en los esfuerzos de colaboración de innumerables individuos e industrias.

“Yo, lápiz” describe el lápiz como una maravilla del orden espontáneo, mostrando cómo surge de la coordinación de varios actores, desde leñadores a mineros de grafito, sin que ninguna autoridad central dirija necesariamente sus acciones, lo que pone de relieve la interconexión de la innovación, donde incluso los objetos más mundanos encarnan una sinfonía de ingenio humano y cooperación.

El verdadero éxito radica en la capacidad de ampliar y poner en práctica estas ideas con eficacia. Desde los avances en ingeniería hasta el desarrollo de infraestructuras, del viaje “del concepto a la realidad” que exige una perseverancia incesante y una toma de decisiones estratégica. Al invertir en I+D, innovaciones del producto y del proceso, transforman la idea para su adopción generalizada. Si no se vende, no se innova.

La innovación es intrínsecamente arriesgada. Un ejemplo notable es la historia de Juicero, una empresa emergente que pretendía revolucionar la forma de consumir jugo de frutas fresco y fue capaz de recaudar cientos de millones de dólares y suscitó una gran expectativa con su máquina exprimidora de alta tecnología “Juicero Press” ($700 c/u), que -lamentablemente- no caló entre los consumidores, quienes descubrieron que sus paquetes de jugo podían exprimirse con la misma facilidad a mano que con el caro exprimidor. Su caída sirve de ejemplo y pone de relieve la importancia de comprender las necesidades de la gente.

Para crear una generación intrépida de innovadores es necesario proveer las competencias para que sean capaces de reconocer ideas y transformarlas (en el ecosistema de riesgo existente) en adminículos que apelen al gusto del público objetivo, provean soluciones (en lugar de problemas) y aseguren el escalamiento productivo para el beneficio de todo un país que demanda una identidad prolífica hecha en Venezuela.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Oncti)

@betancourt_phd

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